Por crecida la laguna Melincué en mayo de 2017, algunas casas fueron afectadas y la ruta 90 quedó tapada por el agua. Foto: Juan José García/ Clarín |
Un grupo técnico oficial sostiene que el régimen de lluvias no alcanza a explicar la crisis, y apuntan que los suelos no absorben por la elevación de la napa.
por Jorgelina
Hiba
La gravísima
crisis hidrológica en el oeste de la provincia se explica sobre todo
por los cambios en el uso de la tierra derivados del modelo
productivo, una situación puesta en mayor evidencia por algunos
cambios climáticos que si bien empeoran la ecuación, no alcanzan
para explicar porqué una parte del sur de la provincia "se
hunde".
Así lo entiende
un grupo de técnicos del sur de Santa Fe (GTSSFe) compuesto por
profesionales del Inta Venado Tuerto, Ministerio de la Producción,
Facultad de Agrarias de la UNR y Grupos Crea, que comenzaron hace un
tiempo a estudiar las razones por las cuales las napas freáticas del
suroeste provincial están cada vez más cerca de la superficie a
pesar de que en la actualidad hay muchas más obras hídricas que
hace 30 años.
Según explicó
Mario Monti, miembro de ese grupo de expertos, a pesar de que las
lluvias en la región no variaron considerablemente en las últimas
décadas en los últimos años las napas freáticas se elevaron en
toda la región agrícola, y particularmente en los departamentos que
pertenecen a la "Pampa arenosa".
"Lo que
cambió en los últimos 20 años fue el uso del suelo",
argumentó el ingeniero agrónomo, quien agregó que se invirtió la
proporción de territorio dedicado a la agricultura y a la ganadería:
mientras que hace dos décadas era 25 por ciento agricultura y 75 por
ciento ganadería y pasturas, hoy es al revés.
Además agregó
otro elemento a tener en cuenta: durante los años 70 casi no había
obras hídricas en el sur de Santa Fe, y sin embargo los anegamientos
eran mucho menores. "Estas obras son necesarias para regular el
agua pero no son suficientes", advirtió.
Entonces, ¿qué
ha cambiado?: "Es cierto que el clima cambió y que hay un poco
más de lluvia acompañada de núcleos de tormenta que lanzan una
cantidad desacostumbrada de agua y eso es un problema, pero existe
otro problema no considerado que es el modelo de uso del suelo",
razonó el experto.
Monti señaló
que por ejemplo en el departamento General López, en los últimos 30
ó 40 años pasaron de tener un 30 por ciento de producción agrícola
y el resto pastizales y pasturas a un porcentaje inverso en la
actualidad, lo que llevó a un ascenso de las napas hasta pocos
metros de la superficie.
"Al subir la
napa los suelos han perdido capacidad de regular los excesos hídricos
y hoy cualquier lluvia por encima de valores promedios bajos genera
escurrimientos de agua, cuando antes se incorporaba al perfil del
suelo. Perdimos la capacidad de reservorio del agua", dijo.
Viejos
paradigmas
Esa pérdida de
suelo por elevación de napas produce enormes problemas, y uno de
ellos es la inundación de los caminos y pequeñas rutas rurales
vitales para sacar la producción durante los meses de cosecha y que
es la queja número uno de los productores cuando el agua apura.
Esos caminos
rurales (mal mantenidos y erosionados) funcionan como lugar de
almacenamiento del agua de los campos. El problema es que los
colectores o desagües pensados en su momento para sacar el agua hoy
no dan abasto porque fueron diseñados para evacuar otro caudal.
"Las obras
quedaron chicas y dejaron de cumplir su función, porque todo se
planificó para otro uso del suelo, no para este", dijo Monti.
Por eso, lo primero que aparece es la necesidad urgente de ordenar el
territorio y "ser más inteligentes acorde a la potencialidad
ambiental y al clima actual. Necesitamos ordenarnos como sociedad y
eso incluye por supuesto un Estado más eficiente", razonó.
Existe además
otro sinsentido del actual modelo agrícola sobre el cuál alertó
Monti: los cultivos que hoy reinan en la Pampa agrícola (soja sobre
todo, pero también maíz) en febrero o a más tardar marzo entran en
madurez fisiológica, lo que significa que las plantas dejan de
crecer y de consumir agua.
El problema es
que es también la época del año (fin del verano y otoño) cuando
se produce la mayor cantidad de lluvias: "En otoño no tenemos
nada que consuma agua porque los cultivos se están secando, toda esa
lluvia de otoño no se consume, sobra, y eso coincide con la cosecha
y la necesidad de tener los caminos secos", agregó el
especialista.
El informe
realizado por el grupo de expertos fue elaborado sobre la base de
estudio de un área piloto que abarca una subcuenca de Venado Tuerto,
Maggiolo, San Eduardo y otras localidades de la zona vecinas (la
llamada "Pampa arenosa"), donde aplicaron un modelo
computarizado elaborado en base a datos reales del lugar.
Esto incluye la
cuenca de La Picasa y de Melincué, todas zonas con producción
agrícola importante.
Propuesta
La propuesta
básica del grupo de técnicos es consumir el agua en el lote, para
lo cual hace falta prepararse y tener en cuenta las variaciones del
clima para cada territorio: "Con este modelo de agronegocios
hacemos el mismo cultivo en todos los ambientes desde Bahía Blanca
hasta el norte, pero ¿acaso no llueve distinto en cada región?",
se preguntó.
Por eso es
necesario ajustar los modelos de producción a las condiciones
actuales. Para eso "no hace falta volver a los 70" porque
todo cambió, pero si entender que pasturas y forestación son los
mejores reguladores para garantizar la sustentabilidad de los suelos.
"No queremos
volver a los 70, pero hay que ver cómo reemplazar ese efecto perdido
de las pasturas. Es importante tener pasturas no sólo porque
consumen agua, también garantizan biodiversidad y otros servicios
ecosistémicos".
Según detalló,
mientras un cultivo anual consume 600 milímetros de lluvia por año,
un doble cultivo consume 900, una pastura de gramillas y alfalfa
1.200 y una zona forestada hasta 1.600 milímetros anuales.
Otro rol
fundamental para el consumo de agua es el de la forestación. En ese
sentido, Monti explicó que con 20 a 25 mil hectáreas forestadas en
la zona de La Picasa se podría haber evitado la necesidad de
financiar, construir y mantener una estación de bombeo: "Con
forestación hubiésemos reemplazado esa extracción de agua
mecánica, y de paso podríamos producir madera, y trabajo, y riqueza
y desarrollo".
"Así como
está planteado el agronegocio genera grandes impactos ambientales,
hay que entender que si podemos mitigar esos impactos negativos el
agronegocio también saldría beneficiado. Llegamos al punto en el
que hay que atender esto con seriedad", dijo el ingeniero
agrónomo.
Antecedentes
El grupo de
estudio, que comenzó a trabajar en 2015, todavía está en proceso
de construcción y evolución. Monti comenzó a analizar el tema con
el evento de El Niño del 98/99. Hace dos años, cuando se hablaba de
que el Niño 15/16 también iba a ser fuerte, desde el Inta se
planteó el problema.
"Desde el
Ministerio de la Producción habíamos empezado a desarrollar un
programa que se discontinuó sobre reducción de la vulnerabilidad,
entendiendo que muchos de los problemas del sector agropecuario
obedecen a un problema climático real, y otra parte se amplifica por
cuestiones de mal manejo en el lote", explicó el experto.
La idea de ese
programa era interpretar esas cuestiones y largar recomendaciones
para disminuir el impacto del clima. Desde ese concepto Monti fue
convocado por el consejo local asesor, aunque las cosas quedaron en
stand by hasta que el Niño 15/16 reavivó la idea de que había que
empezar a intervenir.
El grupo se formó
con expertos de la facultad como Montico, de Crea de Venado, del Inta
y del Ministerio de la Producción.
"La gente
del Crea estaba trabajando en cómo impactaba el uso del suelo en la
napa freática a nivel lote, Montico tiene experiencia en
ordenamiento territorial y el Inta Venado y lo mío venía con más
experiencia local", agregó Monti.
Fuente:
Jorgelina Hiba, El modelo productivo, en la mira por la crisis hídrica del suroeste provincial, 18/06/17, La Capital.
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