Queridos amigos:
Vivimos en una
sociedad que ha olvidado nuestra pertenencia a la naturaleza que nos
sustenta. Sabemos que se trata de un olvido interesado, impulsado por
los mismos que lucran con la destrucción de nuestro medio natural.
Son los mismos que intentan hacernos creer que un cultivo de árboles
es lo mismo que un bosque, o que no nos enfermaremos por ingerir
plaguicidas depositados en los alimentos.
Por eso mi
insistencia en recordar los ritmos de la naturaleza. Porque nuestra
supervivencia como especie depende de reconocernos como parte de
ella.
Un tema que
quiero recordarles hoy es que aún no conocemos los detalles técnicos
del acuerdo que firmó YPF con la empresa norteamericana Chevron para
explotar el yacimiento Vaca Muerta mediante fractura hidráulica
(fracking). Ese acuerdo fue firmado por el Gobierno anterior y
respaldado por el actual. Se sabe que hay una trama oscura de
sociedades más o menos fantasmas en paraísos fiscales, que sirven
para disimular ganancias y evadir impuestos.
Pero no sabemos
qué sustancias químicas van a inyectar en el subsuelo ni qué
consecuencias ambientales tendrá esa conducta. Todo indica que son
lo suficientemente irresponsables como para no saberlo tampoco ellos.
En esta entrega,
ustedes reciben:
Un texto del escritor húngaro Sándor Márai, de su novela “La hermana”, donde expresa los sentimientos de paz que invaden al protagonista en un paisaje nevado nocturno.
También va un cuento de ciencia-ficción ecológica del escritor norteamericano Howard Fast. Su obra más conocida es la novela “Espartaco” (1950), escrita en la cárcel, y que intentó prohibir el FBI en tiempos del macartismo. Se pudo llevar al cine por el coraje de Kirk Douglas, quien enfrentó la censura. En este cuento, llamado “La Herida”, Fast hace una metáfora de los primeros proyectos de fracking, hechos con la misma irresponsabilidad criminal que los actuales. Pueden bajarlo de aquí
El recordatorio de mi libro "Proyectos de Educación Ambiental, la utopía en la escuela", y el contacto con el editor para quienes tengan interés en tenerlo.
La obra de arte que acompaña esta entrega es la escultura en mármol “El Viento” (1932), del mexicano Luis Ortiz Monasterio, que se encuentra en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.
Me parece una
buena representación de este tiempo del frío.
Quiero saludarlos
en el comienzo del invierno. Y desearles un muy feliz año nuevo a
nuestros pueblos originarios.
Un gran abrazo a
todos.
Antonio Elio
Brailovsky
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Nos quedamos
solos y llegó la Nochebuena. Y fue como si ese imprevisto interludio
dolorosamente trágico hubiera dado un giro a la situación: a
primeras horas de la tarde cesó la lluvia y empezó a nevar suave y
regularmente. El frío viento del norte barrió las nubes que cubrían
las cumbres y a través de la nevada pudimos ver la luna llena y las
estrellas.
Hacia las seis de
la tarde salí a dar un paseo por el bosque. La paz que se extendía
tan inesperada y reconciliadora por el lúbrego mundo, el fresco
sabor de la nevada, los altos y oscuros abetos que vistieron su
blanco atuendo navideño en cuestión de minutos, la muda
majestuosidad de las cumbres nevadas que se adivinaba entre los copos
de nieve, la luz plateada que derramaba la luna sobre el paisaje poco
antes empapado y torturado, todo ello, tras los recientes
acontecimientos, parecía un precioso obsequio celestial. La nieve
fresca rechinaba bajo mis botas y al cabo de unas horas, gracias a la
magnánima magia del cielo, el paisaje se convirtió en el decorado
de una fabulosa ceremonia de luces y reflejos.
Tras cinco días
de humedad y niebla, tras aquel aire cargado de olor a tabaco y
comida, ahora respiraba a pleno pulmón el aroma etéreo, el noble
aliento de los abetos aliviados, de los claros de bosque liberados
del ahogo de la niebla, y el aire de montañaa hacía palpitar el
corazón y renacer el alma. El cambio parecía obra de un mago que
con un solo gesto piadoso había puesto fin a toda la miseria
terrenal. La nieve caía en grandes copos, como un manto suave e
uniforme, y el paisaje era como una persona aterida que se arrebujaba
feliz bajo un reconfortante edredón blanco. Llegué a un claro y me
detuve; apoyado en mi bastón, contemplé el valle, donde en algunas
casas ya brillaban las tenues luces de la Nochebuena. Entonces me
pareció estar viviendo uno de los grandes momentos de la vida,
cuando el alma se ve imbuida por una maravillosa sensación de
gracia, sin patetismo rimbombante y sin sentimentalismo chillón.
El valle, el
oscuro bosque, el blanco claro, todo relucía a la luz de la luna.
Era Nochebuena y, aunque la gente también aquella noche seguía
matándose y la paz no se vislumbraba por ninguna parte, aquel
paisaje, aquel claro y aquella cima no sabían nada sobre la
desgracia del género humano.
Sándor Márai:
“La hermana”, Ediciones Salamandra, Barcelona, 2007.
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Si les interesa,
pueden pedir información sobre el libro aquí:
http://www.noveduc.com/l/proyectos-de-educacion-ambiental-la-utopia-en-la-escuela/1053/9789875384187
Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Nosotros y los ritmos de la naturaleza - El invierno, 20/06/17, Defensoría Ecológica. Consultado 21/06/17.
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