Las
inundaciones y los socavones son la punta del iceberg para una
metrópoli que libra desde hace siglos una batalla crónica contra el
agua.
por Elías
Camhaji
De
repente todo se pone oscuro. El miedo se apodera del cuerpo de Julio
César Cu Cámara, el único buzo de aguas negras de México y,
probablemente, del mundo. Su vida pende de un hilo: un tubo controla
el oxígeno que llega a su casco y un cable lo detiene de caer al
abismo, en las profundidades del drenaje de la Ciudad de México. Cu
apura el último cigarrillo antes de la inmersión. La plataforma
desciende lentamente y él baja el ritmo de la respiración. Hay
botellas de plástico, vidrios rotos, animales muertos, desechos
humanos. Es lo que se ve en la superficie. Abajo la visibilidad es
nula. "El trabajo es totalmente peligroso, pero me fascina, me
gustan la adrenalina, la emoción, los retos difíciles", afirma
con una sonrisa pícara. Es otro día más en la "oficina".
Neveras,
microondas, autopartes y vehículos completos, restos de animales,
troncos, fetos. Ante su casco ha pasado de todo. Lo imaginable y lo
inimaginable. "Lo más desagradable, personas. Es una sensación
que no te puedo describir", hace una pausa y continúa: "Se
mezclan muchos sentimientos, la responsabilidad de que tu labor sea
bien hecha y el agradecimiento de los familiares cuando entregas el
cuerpo".
Cu no
solo tuvo que aprender a lidiar con el miedo, sino con el asco. Le
ofrecieron el puesto en agosto de 1983, después de certificarse como
buzo comercial e industrial. "Trato de no pensar, me concentro
en mi trabajo. Pienso mucho en mi seguridad, pero tengo mucha
confianza en la gente que está arriba y me está cuidando. Pienso en
mi familia y en mí, y espero que todo salga bien", relata.
El
plan era quedarse por tres meses, para integrarse a una unidad
especial que da mantenimiento a la red de desagüe y atiende
emergencias urbanas. Han pasado más de tres décadas y al rozar los
60 años no quiere dejarlo. "Cuando les digo que soy buzo, me
dicen '¡qué padre!', pero cuando les digo que soy buzo del drenaje,
me responden que estoy loco, que qué hago ahí", dice entre
risas al pie de la planta 3 del Gran Canal, al oriente de la ciudad.
La
tarea es titánica. Un buzo y tres ayudantes deben revisar más de 80
plantas de bombeo. Más las alcantarillas, los túneles y las
operaciones de emergencia. La bitácora de Cu es un reflejo fiel de
los últimos desastres hidrológicos de la ciudad, como la formación
de un gigantesco socavón en la almendra central de la capital el
pasado 31 de agosto y el desbordamiento del río San Buenaventura, al
sur de la metrópoli, que dejó decenas de coches varados, así como
avenidas y cientos de casas bajo el agua una semana más tarde.
Pocos
conocen la red de desagüe como él y, aunque es mesurado en sus
palabras, su diagnóstico es devastador. "Tiene que haber casi
un cambio total de casi todo el drenaje. Es urgente. No será un
trabajo que se lleve un año, tomará al menos 20 o 30 años",
sentencia. Cu identifica dos problemas principales: las cantidades inmensas de basura que genera la metrópoli y una infraestructura que
padece lo embates de una mancha urbana que ha crecido a un ritmo
vertiginoso e insostenible.
"La
Ciudad de México ha librado durante siglos una batalla contra el
agua, pero es una guerra destinada al fracaso", señala Elena
Burns, del colectivo Agua para todxs. Concebida en una cuenca cerrada
sobre cinco lagos planos e impermeables, la capital ha hecho
esfuerzos sobrehumanos para desahogar las presiones hídricas desde
el reinado de Nezahualcóyotl en el siglo XV hasta ahora, alertan los
especialistas.
La
columna vertebral del desagüe capitalino depende de cuatro sistemas.
El tajo de Nochistongo, la primera salida artificial de agua de la
urbe, se inauguró en 1789. La segunda red fue la primera etapa del
Gran Canal y se terminó en 1900, bajo el Gobierno del autócrata
Porfirio Díaz. La segunda etapa de esa obra ha estado en uso desde
1954. Las obras del drenaje profundo, el más eficiente al funcionar
casi en su totalidad por gravedad, concluyeron en 1975. "Una
estructura hidráulica tiene, cuando mucho, una vida útil de 50 o 60
años y estamos hablando de que parte del drenaje ha operado más de
200 años", advierte Agustín Breña, especialista de la
Universidad Autónoma Metropolitana. "Esta ciudad está
condenada a las inundaciones, el sistema ya no tiene capacidad y está
completamente rebasado", agrega Breña.
La
megalópolis se hunde en arenas movedizas. Depende en un 70 % de aguas
subterráneas sobreexplotadas y cada vez más profundas (hasta 500
metros en el subsuelo) y solo extrae un 1 % de los 35 ríos que
desembocaban en la ciudad y que hoy están entubados o contaminados.
La sobrexplotación ha provocado hundimientos, que han cambiado las
pendientes de los colectores del drenaje y que han obligado a bombear
las aguas pluviales y residuales, reduciendo la capacidad original de
desagüe, explica Breña.
La
presión y la falta de mantenimiento han provocado fisuras y las
fugas se traducen en la superficie en grietas y socavones. Las zonas
que no tienen agua durante el estiaje, son las que más se inundan en
temporada de lluvias. "Hay una relación directa entre la
inequidad en el acceso al agua y la vulnerabilidad a inundaciones",
apunta Teresa Gutiérrez, directora del Fondo para la Comunicación y
la Educación ambiental.
Gutiérrez
expone que a cada crisis hidrológica del agua en la ciudad ha
seguido una megaobra. La nueva apuesta del Gobierno mexicano es el
Túnel Emisor Oriente: "La obra de drenaje más importante en el
mundo", en palabras del director de la Comisión Nacional del
Agua (Conagua), Roberto Ramírez. Es un proyecto transexenal, que
inició en 2008 y mide 62 kilómetros por siete metros de diámetro,
con la capacidad de manejar 150 metros cúbicos por segundo.
Tenía
un presupuesto inicial de 12.000 millones de pesos (más de 1.100
millones de dólares, al tipo de cambio de inicios de ese año).
Después de que la inauguración se ha pospuesto varias veces, el
costo se ha elevado a más de 32.000 millones de pesos según
extitulares de la Conagua citados por el diario Excélsior y a más
de 23.000 millones de pesos, según fuentes oficiales. Hay un avance
del 80 % en la obra, pero la fecha de conclusión sigue en el aire,
con dudas de que se abra a mediados de 2018, antes de que termine el
mandato del presidente, Enrique Peña Nieto.
Los
especialistas son tajantes. El agua se asume aún como un problema y
no como un recurso. La terquedad de ir contracorriente (literalmente)
se mantiene pese a la vocación lacustre de la cuenca del Valle de
México. Se padece la ausencia de incentivos políticos para
coordinar esfuerzos entre los distintos órdenes de Gobierno. No se
subsanan los rezagos en infraestructura. Se producen a diario
cantidades gigantescas de basura que bloquean las alcantarillas. La
corrupción permite construir proyectos inmobiliarios en los últimos
reductos de las zonas de recarga del acuífero de la ciudad.
"Tenemos
el cóctel más peligroso, con el cambio climático como la aceituna
del martini", alerta Gutiérrez y ofrece como muestra los
estragos de los huracanes y las trombas de las últimas semanas, que
son cada vez más comunes y más potentes. "La toma de
decisiones es opaca, vertical, autoritaria y no se abre a procesos de
participación ciudadana", sostiene Burns. Pero son pocos los
que alzan la voz en la ciudad de las inundaciones y los socavones.
"El ser humano se adapta a todo, a no tener agua, a inundarse…
¿Cuántas manifestaciones hubo por las inundaciones? Cuando ocurre
algo decimos 'ay qué feo se inundó' y nada más, no protestamos y
con eso las autoridades se quedan muy contentas", lamenta Breña.
Fuente:
Elías Camhaji, El drenaje, un viaje al inframundo de la Ciudad de México, 16/09/17, El País. Consultado 19/09/17.
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