Los efectos del
cambio climático ya están sobre nosotros. Así es como se verán
las décadas de 2020 y 2030 si no cambiamos las cosas.
por Christian Parenti
La crisis
climática se suele imaginar como un colapso repentino y simultáneo
que todo lo abarca, donde la agricultura falla, los mares inundan, la
enfermedad se esparce y la civilización humana se desmorona en una
guerra Hobbesiana de todos contra todos. Pero en realidad, algunas
crisis aparecerán de forma más inmediata y otras tomarán mucho
tiempo en llegar. Y si actuamos con rapidez y resolución algunas
todavía pueden ser evitadas.
A corto plazo,
tal vez a partir de la década de 2020 o 2030, el principal problema
será probablemente una nueva crisis urbana de desinversión,
abandono y despoblación causada por el aumento del nivel del mar y
grandes tormentas que provocarán inundaciones y que dejarán la
infraestructura urbana en descomposición. A medida que el agua suba
y las inundaciones aumenten en gravedad y regularidad, la costa que
una vez fue elegante y pretenciosa se convertirá en el nuevo gueto.
Una nueva crisis
urbana impulsada por el clima podría tener serios impactos negativos
en otras partes de la economía mundial. El colapso de los mercados
inmobiliarios costeros podría desencadenar crisis de mayor amplitud
en los mercados financieros, mientras que la pérdida de los enlaces
de comunicación y transporte que proporcionan las grandes ciudades
podría perjudicar a la economía real. Una depresión económica
activada por el clima no es inconcebible.
Aquí viene el
océano
Incluso si
redujéramos drásticamente las emisiones de gases de efecto
invernadero y removiéramos el CO2 de la atmósfera para estabilizar
los aumentos de temperatura en no más de 2° C por encima del nivel
de 1990, estamos en una trampa respecto al significativo aumento del
nivel del mar. El derretimiento de las capas de hielo de Groenlandia
y la Antártida, la pérdida de glaciares en las montañas y la
expansión del volumen del agua del océano debido a su mayor
temperatura están impulsando el incremento del nivel del mar.
En la costa este
de Estados Unidos, el océano está subiendo tres o cuatro veces más
rápido que los promedios globales, los cuales de por sí están
aumentando en forma acelerada. En 1993 la tasa anual de incremento
del nivel del mar fue de 2,2 milímetros por año, en 2014 había
alcanzado los 3,3 milímetros al año. Para el año 2100 el nivel del
mar, considerando el promedio mundial, podría ser de 2 a 2,7 metros
más alto. Desde 1900, los niveles del mar en la costa este han
aumentado cerca de 30 centímetros, según la Evaluación Nacional
del Clima financiada por el gobierno federal.
Generalmente,
esto se cita como una amenaza: ciudades enteras serán
"subacuáticas". Pero mientras tanto, los océanos en
ascenso están remodelando de forma lenta pero constante el valor de
las propiedades, los paisajes urbanos y la dinámica de las ciudades.
Tormentas versus
infraestructura urbana
La amenaza real
no es tanto el aumento lento y constante de los niveles medios del
mar, sino más bien las grandes inundaciones causadas por marejadas
durante grandes tormentas. Estas inundaciones dañan la
infraestructura en su conjunto, no sólo sus bordes. Durante el
huracán Sandy la marejada que golpeó el bajo Manhattan era 2,8
metros superior a una típica marea alta.
Cuando la
infraestructura se daña, incluso las propiedades que no fueron
afectadas pero dependen de los sistemas eléctricos, de transporte y
de agua que han sido dañados pierden valor.
Unas pocas
inundaciones en rápida sucesión podrían iniciar un proceso
combinado de declinación física y socioeconómica. Los propietarios
comenzarán a vender producto del pánico, a medida que se vuelva
evidente el tiempo y los tremendos gastos que serán necesarios para
reparar las líneas eléctricas y de telecomunicaciones subterráneas
dañadas por el agua, los subterráneos y las líneas ferroviarias,
el agua potable y los sistemas de tratamiento de aguas residuales y
las centrales eléctricas.
Cuando se hace
evidente que los rompeolas no fueron construidos a tiempo y que la
infraestructura vital ha empezado colapsar, el valor de la propiedad
la seguirá, lo que podría desencadenar un pánicos financiero más
amplio.
Si se planificara
adecuadamente, podríamos imaginar cómo podrían manejarse esos
problemas. Pero si la negación actual continúa hasta que los
mercados sean tomados por sorpresa, podría haber pánico a nivel
regional en el mercado de bienes raíces y, a partir de ellos, serias
pérdidas financieras.
El Departamento
de Finanzas de la Ciudad de Nueva York estimó recientemente el valor
de tasación total de la propiedad de la ciudad en más de 1 billón
de dólares para el año fiscal 2017. Eso es dinero real, lo
suficiente para ayudar a desencadenar problemas en los mercados
financieros de manera más amplia.
El colapso del
valor de la propiedad representa el derrumbe de la base impositiva,
lo que significa que el gobierno local tendrá dificultades para
realizar reparaciones de infraestructura costosas. Y es la
infraestructura como un todo de la que dependen los valores de la
propiedad. El huracán Katrina, que golpeó a Nueva Orleans en 2005 y
fue rápidamente seguido por el huracán Rita, ofrece una pista sobre
qué esperar. El profesor Bernard Weinstein, de la Universidad del
Norte de Texas, ha estimado el costo de esas tormentas en 250 mil
millones de dólares en daños directos e indirectos. Weinstein
contabilizó 113 plataformas petrolíferas y de gas en alta mar
destruidas, 457 oleoductos y gasoductos dañados y casi tanto
petróleo derramado como durante el desastre del Exxon Valdez.
Katrina destruyó casi la mitad de los impuestos de Nueva Orleans,
eliminó la mayor parte de la cosecha de azúcar y causó estragos en
la industria de la ostra. Las compañías de seguros pagaron 80 mil
millones de dólares.
De manera aún
más chocante, Katrina mató a 1.836 personas en la zona del Golfo,
la mayoría de ellos ancianos que estaban atrapados en casas o
abandonados en asilos. En parte olvidamos la magnitud de este daño
porque las industrias de bienes raíces y entretenimiento en Nueva
Orleans abrazaron el proceso de reconstrucción con entusiasmo y
negación. Después de todo, estaban emocionados porque la tormenta
hubiera causado los peores daños a los barrios negros pobres como el
Noveno Distrito.
Desde Katrina, la
Costa Este ha tenido suerte. Un porcentaje inusualmente alto de
huracanes ha estado terminando en el mar en lugar de hacer tierra.
Irónicamente, la investigación reciente de James P. Kossin sugiere
que esto podría ser un efecto secundario a corto plazo del
calentamiento global. Así como una temperatura mayor de la
superficie del mar crea más huracanes, una masa de tierra más
caliente crea una vigorosa cizalladura de viento vertical, que actúa
bloqueando la llegada de los huracanes. Dicho esto, este patrón de
protección natural no es perfecto, las tormentas hacen tierra y el
patrón de cizallamiento que bloquea los huracanes probablemente
cambiará a medida que otros elementos del sistema climático se
transformen.
Sin embargo, con
un rápido aumento del nivel del mar, el futuro próximo promete más
mega tormentas que causen inundaciones en las metrópolis.
Preparativos de
defensa
El área de la
ciudad de Nueva York, compartida por tres estados, permite entrever
las posibilidades y patologías de planificar para el aumento del
nivel del mar. Después de 2012, cuando el huracán Sandy dejó 50
mil millones de dólares en daños económicos, incluyendo el
destruir o dañar 650.000 hogares, estaba claro que era necesario
hacer algo. Finalmente, el Congreso asignó alrededor de 60 mil
millones de dólares en ayuda federal para recuperación y trabajo de
resiliencia en el área afectada. Pero el ritmo de desembolso ha sido
dolorosamente lento.
Un ejemplo es la
reparación del túnel Canarsie de la línea L, que conecta el norte
de Brooklyn con Manhattan. Inundado durante Sandy, el túnel está
ahora muy corroído y se prepara para una revisión vital que
involucrará un cierre de un año y medio y costará 477 millones de
dólares. Es sólo un corto túnel.
La ciudad ahora
está construyendo una barrera alrededor del bajo Manhattan, llamada
"Big U". Diseñada para cubrirse de césped y servir como
espacio público, la pared se extenderá desde la calle 42 en el lado
este, a lo largo de la costa y hasta la calle 57 calle en el lado
oeste. La construcción llevará años y costará miles de millones.
A este ritmo y de
esta manera, es difícil imaginar cómo podría asegurarse la costa
entera de la ciudad, de 837 kilómetros. Peor aún, los preparativos
a medias son en algunos aspectos, tan malos como no prepararse en
absoluto. Como dijo Jeff Goodell, de Rolling Stone, sobre los
esfuerzos de la ciudad de Nueva York, en gran parte simbólicos hasta
el momento: "Barreras, defensas y diques hacen que la gente se
sienta segura, incluso cuando no lo están".
Mientras tanto,
en un claro subsidio a la gentrificación no sostenible, la ciudad
también está planeando construir una línea de tranvía de 2,5 mil
millones de dólares a lo largo de la costa de Brooklyn y Queens,
donde antiguos almacenes industriales están dando paso a rascacielos
de lujo. Una locura similar puede encontrarse en Nueva Jersey, donde
varios grupos de propietarios costeros, muchos de los cuales han
subvencionado seguros de inundación proporcionados por el gobierno,
están entablando juicio para impedir la construcción de dunas de
arena protectoras.
Eventualmente,
las ciudades que no hayan construido barreras marinas lo
suficientemente pronto y lo suficientemente altas serán golpeadas.
Inundadas por tormentas en estrecha sucesión, algunas ciudades se
encontrarán demasiado estropeadas como para reconstruir su
infraestructura y empezará un proceso de putrefacción real y
metafórica. A medida que disminuyen los servicios públicos, también
lo hace el valor de la propiedad, en procesos que se retroalimentan;
el paisaje en descomposición y cubierto de moho será el síntoma
visual de una espiral político-económica de achicamiento de la base
impositiva, desinversión y abandono.
Eventualmente,
aquellos que puedan abandonarán la costa. Un estudio realizado por
Mathew Hauer, demógrafo de la Universidad de Georgia, proyecta que
250.000 personas en Nueva Jersey se verán obligadas a mudarse por el
aumento de los océanos para el año 2100. En Florida, Hauer proyecta
que 2,5 millones de personas tendrán que abandonar sus hogares para
esa misma fecha.
Quizás algunas
de las ciudades costeras devastadas se conviertan en fuentes de
chatarra. Las viviendas de alta calidad en ciudades costeras
agonizantes podrían ser desmontadas por personas que viven de los
residuos en busca de ladrillos, tubos de cobre, tejas de pizarra,
ventanas, puertas y maderas viejas de madera dura para vender a los
mercados de construcción del interior. Hemos visto ese patrón en el
Cinturón del Óxido: durante gran parte de los años noventa, la
principal exportación de St. Louis fue de ladrillos viejos
destinados al boom del Cinturón del Sol, donde los escombros fueron
reutilizados en la construcción de patios comprados a crédito.
¿Qué pasará en
Dhaka, Lagos, Karachi o Río? Todas son megaciudades situadas en
terrenos planos cercanos al nivel del mar en países que ya están en
crisis, legendarios por su corrupción y mala planificación. Hay que
asumir que, a medida que los impactos futuros del cambio climático
se vuelvan obvios, muchas más personas migrarán hacia el interior o
intentarán moverse al extranjero.
Puntos de
congestión en infraestructura
La geografía del
capitalismo global depende de forma desproporcionada de las ciudades
costeras como asiento del comercio, intercambio, investigación,
transporte y educación. Son los nodos que unen la economía mundial.
Por ejemplo, gran
parte de la producción industrial y del sistema alimentario mundial
depende no sólo de lo que ocurre en fábricas y campos, sino también
de un número reducido de cuellos de botella de infraestructura a lo
largo de cadenas internacionales de suministro en puertos,
aeropuertos y estrechos como los canales de Panamá y Suez.
Un estudio
reciente del think tank británico Chatham House descubrió que el 55
% del comercio mundial de granos pasa por alguno de los catorce
"puntos de congestión", todos ellos vulnerables a
condiciones climáticas extremas como las inundaciones locales, el
aumento del nivel del mar y el conflicto político y militares
asociado.
Si se cierran
suficientemente estos puntos de congestión el flujo mundial de
alimentos se verá amenazado. Chatham House descubrió que alrededor
del 20 % de las exportaciones globales de trigo pasan por los
estrechos turcos. Del mismo modo, más del 25 % de las exportaciones
globales de soja pasan por el estrecho de Malaca, que se extiende
entre Malasia e Indonesia.
El mundo tuvo un
vistazo en 2011 de cómo las inundaciones locales pueden afectar las
cadenas de suministro global, cuando las inundaciones en Tailandia
dejaron bajo el agua gran parte de Bangkok, incluyendo más de 1.000
instalaciones industriales que fabrican de todo, desde automóviles y
cámaras hasta discos duros. La Oficina de las Naciones Unidas para
la Reducción del Riesgo de Desastres estima que las inundaciones
tailandesas redujeron la producción industrial global en un 2,5 por
ciento. Las tres principales compañías de seguros del mundo pagaron
5.3 mil millones de dólares por demandas.
La emergencia
permanente
A medida que las
ciudades costeras se deslicen hacia la ruina y quienes pueden migrar
hacia el interior lo hagan, aumentará la desigualdad y una relativa
deprivación. Aquellos que quedan atrás estarán indignados y
tendrán poco interés en mantener un orden social que los deja en la
zona de sacrificio. ¿Quién será el último? Si la historia de
Estados Unidos ofrece respuestas, los más pobres de los pobres,
refugiados indocumentados del clima, podrían ser los carroñeros y
los ocupantes ilegales de las ciudades muertas.
Uno puede
imaginar movimientos sociales de izquierda emergiendo en estas zonas
o movimientos milenaristas totalmente reaccionarios o, simplemente,
una criminalidad apolítica generalizada. Todos y cada uno de ellos,
en lugar de un cambio social radical, se enfrentaría con una
respuesta cada vez más represiva del Estado paramilitar: puestos de
control, patrullas SWAT, Guardia Nacional, grupos de ilegales de
vigilancia, racistas y de derecha.
Vimos de antemano
estos patrones en la Costa del Golfo después de Katrina. Cuando los
gobiernos locales ofrecieron ayuda a Nueva Orleans, la mayor parte de
esta ayuda llegó como policía fuertemente armada. Esto ocurrió, en
gran parte, porque después de casi cincuenta años de que el estado
federal subsidiara a la “ley y el orden”, la mayoría de las
ciudades y condados tienen un excedente de capacidad represiva, pero
casi nada destinado a la defensa civil contra desastres.
Un estado de
emergencia permanente en las zonas en descomposición, costeras y de
desperdicios podría convertirse en la norma. Así, las crecientes
aguas del cambio climático amenazan erosionar no sólo las playas
sino también las libertades civiles.
La migración
masiva y una reacción racista en su contra ya son las marcas de la
temprana crisis climática. En los años 2030 y 2040, mucha más
gente probablemente se encontrará en movimiento. Ya mismo, demagogos
derechistas desde Arizona hasta Costa del Marfil, Myanmar y París
han estado mostrando su furia contra quienes vienen de afuera.
Demasiado a menudo los demagogos tienen éxito en llevar el miedo y
la furia violenta al poder, y una vez allí, la represión estatal se
vuelve contra los inmigrantes y otras personas pobres.
Así, mientras la
sequía, el neoliberalismo y el militarismo producen crisis, guerras
y oleadas de refugiados en el Sur Global, en el Norte producen un
endurecimiento estatal pronto a reaccionar, oportunista y
autoritario.
Soluciones
La buena noticia
es que tenemos todas las tecnologías que necesitamos para salvar a
la civilización del colapso climático: las redes eléctricas
solares y eólicas, vehículos eléctricos, la capacidad de restaurar
los humedales a su estado original y construir barreras artificiales
para romper y bloquear el poder del mar. Y muy bien podemos
desarrollar las capacidades políticas para ganar, con una mayoría
que apoye las políticas que preserven su propia salud y seguridad.
Con la misma
importancia, ya tenemos la tecnología para remover el CO2 de la
atmósfera. Esta tecnología es bastante simple y ha sido usada
durante décadas en submarinos. El problema siempre fue cómo
almacenar el CO2 de forma segura.
Los científicos
en Islandia han creado recientemente un proceso que separa CO₂ de
la atmósfera y lo convierte en roca. El proceso, denominado
"meteorización mejorada" porque imita uno de los procesos
naturales mediante los cuales el CO2 se elimina de la atmósfera y se
une a la roca, funciona mezclando dióxido de carbono y sulfuro de
hidrógeno con agua e inyectando esta mezcla en formaciones
basálticas. En un período de dos años, el CO2 en la mezcla acuosa
"precipita" en un sólido calcáreo blanco, una roca de
carbonato similar a la piedra caliza. Por suerte, la roca de basalto,
la materia prima de este proceso, es uno de los tipos de roca más
comunes en la Tierra.
En Reykjavik, una
planta de energía geotérmica ya remueve y almacena 5.000 toneladas
métricas de CO₂ al año. Esto equivale solamente a las emisiones
anuales de unos 2.000 automóviles. Pero el punto importante es que
tenemos la capacidad técnica de remover CO2 atmosférico y
almacenarlo de forma segura.
Sin embargo, de
igual forma que una adecuada defensa de las ciudades frente al mar,
no hay manera de que el lucro o las relaciones de mercado puedan
ampliar esta tecnología. La economía mundial está produciendo
alrededor de 40 mil millones de toneladas métricas de emisiones de
carbono al año. A precios corrientes, la eliminación de esta
emisión costaría alrededor de 24 billones de dólares, una suma
equivalente al 133 por ciento del PIB anual estadounidense.
Quienes impulsan
el libre mercado para mejorar la tecnología de meteorización
también presionan por la idea de vender la caliza artificial como
material de construcción. Esta propuesta no tiene ningún sentido
económico. ¿Por qué comprar roca cara cuándo la roca natural,
mucho más barata, está disponible?
Es evidente que
el sector privado y el afán de lucro no pueden poner en acción una
tecnología de meteorización mejorada en la escala necesaria, ni
impulsar una rápida transición energética, ni construir
protecciones costeras a la escala y velocidad necesarias. Pero
ninguna de estas tareas es técnicamente o económicamente imposible.
El mecanismo necesario en cada caso es la acción estatal y del
sector público.
Un poco más de
buenas noticias. Una solución climática radical, quizá
contraintuitiva, requiere que usemos más, no menos energía. Pero la
energía, en forma de energía solar, es el único ingreso económico
que es verdaderamente infinito.
Nuestra misión
como especie no es retirarse de, o preservar, algo llamado
"naturaleza", sino más bien convertirse en entes que
construyen su ambiente de forma plenamente consciente. La tecnología
extrema bajo propiedad pública será central para un proyecto
socialista de rescate civilizatorio, o la civilización no
persistirá.
Christian Parenti es profesor de Estudios Liberales Globales en la Universidad de Nueva York. Su último libro es Trópico del Caos: Cambio Climático y la Nueva Geografía de la Violencia. Este articulo fue publicado originalmente en revista Jacobin el pasado 29 de agosto. Lo hemos publicado con permiso del editor. Traducción: Santiago Benítez.
Fuente:
Christian Parenti, Si fallamos ante el cambio climático, 18/09/17, La Izquierda Diario. Consultado 22/09/17.
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