Para
entrar a la zona de exclusión de Chernóbil, que comprende 30
kilómetros alrededor de la central nuclear, hay que atravesar una
barrera con policías y militares apostados. Nos acompaña
obligatoriamente un guía local que hace de traductor, puesto que
allí sólo se habla ucraniano y ruso, y además no permiten a nadie
moverse solo por allí. Verifican pasaportes y el permiso aprobado
por la Autoridad de la Zona de Exclusión de Chernóbil, y nos dan un
papelito y un medidor de radiación acumulada que llevaremos durante
toda nuestra estancia. Como el guía va siempre con nosotros, al
finalizar el día él lleva su medidor a la oficina y se asume que
todos nos hemos expuesto a la misma cantidad de radiación que él.
Si algún día llegáramos al máximo establecido, nos echarían de
allí inmediatamente el tiempo que estimen necesario para
“limpiarnos”.
El
lugar está bastante despoblado en general, pero al llegar al pueblo
de Chernóbil, sorprende ver a tantísima gente. Y es que ahora mismo
hay allí trabajando más de… ¡7000 personas! Aunque la central
nuclear lleva parada desde el año 2001 (fue imposible pararla
antes), todavía hoy están recogiendo residuos radiactivos,
enterrándolos, intentando frenar la contaminación en el subsuelo;
en definitiva, limpiando todo y construyendo grandes estructuras para
disminuir el flujo de contaminación radiactiva que aún hoy continúa
en los alrededores de la central.
En el
tristemente mítico pueblo de Chernóbil nos alojamos todos, turistas
y científicos, en el único hotel disponible para el personal que no
trabaja allí de continuo. Los turistas tienen prioridad sobre
nosotros, ya que pagan más, así que si el hotel está lleno,
tenemos que buscarnos alojamiento en algún pueblo cercano fuera de
la zona de exclusión. De todas formas, no nos permiten pasar dentro
más de 3 días seguidos, y hay que descansar 2 días fuera antes de
volver a entrar. La barrera de los 30 Km de la zona de exclusión fue
arbitraria, y pudimos comprobar con el dosímetro que estábamos
sometidos a la misma radiación en el hotel de Chernóbil que en el
pueblo donde nos alojábamos para descansar de la radiación.
Las
jornadas laborales allí son intensas, se realizan varios estudios a
la vez y teníamos que hacerlo todo en poco tiempo. Cogemos muestras
de plantas, suelo, hongos, insectos… de distintos experimentos que
están en marcha, algunos desde hace varios años.
Mi
objetivo allí era estudiar cómo han evolucionado las defensas
frente a bacterias en golondrinas ( Hirundo rustica) en los 30 años
desde el accidente. Las bacterias tienen una gran capacidad de
adaptación a los cambios, y en Chernóbil presentan altas tasas de
mutación y resistencia a la radiación. Por tanto, las golondrinas
se enfrentan a “nuevas” comunidades bacterianas que pueden
producir otros daños a sus hospedadores.
Encontramos
que las golondrinas que viven en zonas más contaminadas tienen
plumas más resistentes a la degradación bacteriana, y producen una
secreción capaz de inhibir con mayor intensidad a bacterias
queratinolíticas (que se alimentan de plumas). Además, el plasma
sanguíneo de las golondrinas que crían en zonas de mayor
contaminación, es capaz de inhibir el crecimiento de un mayor número
de bacterias y con mayor intensidad que las golondrinas de zonas más
limpias. Es decir, las golondrinas que crían en zonas con mayor
radiactividad, son más resistentes al ataque por bacterias en las
plumas, pero también cuentan con más defensas en su sangre.
Desde
el accidente, las poblaciones de golondrinas en zonas contaminadas
han decaído paulatinamente. Presentan más mutaciones, problemas de
salud, tumores, y sacan adelante menos pollos. La mortalidad allí es
5 veces superior a la de poblaciones limpias. El proceso de selección
natural allí va a una velocidad inusitada, ya que en 30 años
podemos apreciar diferencias en poblaciones de golondrinas
contaminadas y limpias. Pero hay muchas poblaciones qué ya han
desaparecido, y cada año las golondrinas censadas disminuyen. Aunque
ahora mismo vemos que aquellas que han sobrevivido son las más
fuertes, es posible que los costos tan elevados a los que tienen que
someterse terminen con todas las golondrinas que crían allí.
El
impacto que tuvo la catástrofe de Chernóbil, el peor accidente
nuclear de la historia, fue enorme social, política y
económicamente. Se calcula que cientos de miles de personas murieron
de forma directa o indirecta como consecuencia de la radiación, y
numerosos trabajos científicos ponen de manifiesto que los efectos
se extendieron a todos los seres vivos a los que la radiación dio
alcance. Aun hoy el paisaje allí es desolador, y en las zonas con
mayor contaminación apenas pueden verse animales. Aunque en algunas
poblaciones, como es el caso de las golondrinas, se haya producido
una selección sobre los individuos más fuertes, la tendencia de las
poblaciones es a desaparecer, ya que las mutaciones disminuyen la
esperanza de vida, el éxito de reproducción, y algunas de ellas son
directamente letales.
Magdalena Ruiz Rodríguez - Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA/CSIC)
Fuente:
Magdalena Ruiz Rodríguez, Trabajar en Chernóbil treinta años después de la catástrofe, 14/09/17, eldiario.es. Consultado 19/09/17.
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