jueves, 18 de enero de 2018

Un problema de distribución

Expertos recomiendan que los gobiernos alienten la agricultura campesina. Advierten que la agricultura campesina produce el 70 por ciento de los alimentos del mundo en el 25 por ciento de la tierra, mientras que el agronegocio, para producir el 25 por ciento de la comida, recurre al 75 por ciento de la tierra.

por Darío Aranda

Los campesinos, indígenas y agricultores familiares producen el 70 por ciento de los alimentos del mundo, a pesar de contar con sólo el 25 por ciento de la tierra. En contraposición, las empresas del agronegocio cuentan con el 75 por ciento de la tierra pero sólo producen el 25 de la comida. Así lo revela una investigación de la ONG internacional Grupo ETC, que desarma los mitos de la agricultura industrial y transgénica. El estudio asegura que si los gobiernos quieren acabar con el hambre y frenar el cambio climático, deben aplicar políticas públicas para impulsar la agricultura campesina.

¿Quién nos alimentará? ¿La red campesina alimentaria o la cadena agroindustrial?”, es el nombre de la investigación del Grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración) que, en base a 24 preguntas, aporta pruebas de las consecuencias de la agricultura industrial y de la necesidad de otro modelo.

Los campesinos son los principales proveedores de alimentos para más del 70 por ciento de la población del mundo, y producen esta comida con menos del 25 por ciento de los recursos -agua, suelo, combustibles-“, afirma al inicio la investigación. Por contraposición, la cadena agroindustrial “utiliza el 75 por ciento de los recursos agropecuarios del mundo, es de las fuentes principales de emisiones de gases de efecto invernadero y provee de comida a menos del 30 por ciento de la población mundial”.

A lo largo del trabajo se precisan 232 citas de otras investigaciones y publicaciones científicas que son la base documental que da sustento teórico y argumental al Grupo ETC. En datos monetarios, precisa que por cada dólar que los consumidores pagan dentro de la cadena agroindustrial, la sociedad paga otros dos dólares por los daños ambientales y a la salud que la misma cadena provoca.

Cuando se refiere a la “cadena agroindustrial” se trata de los eslabones que van desde los insumos para la producción hasta lo que se consume en los hogares: empresas de genética vegetal y animal, compañías de agrotóxicos, medicina veterinaria, y maquinaria agrícola; transporte y almacenamiento, procesamiento, empacado, venta a granel, venta minorista y finalmente la entrega a los hogares o restaurantes.

La investigación del Grupo ETC aborda una crítica sistémica. “La cuestión de fondo es que al menos 3.900 millones de personas padecen hambre o mala nutrición porque la cadena agroindustrial es demasiado complicada, costosa y -después de 70 años de vigencia- ha demostrado ser incapaz de alimentar al mundo”.

Desde hace décadas, el trillado argumento de las empresas, científicos del modelo transgénico, periodistas y funcionarios es que la población mundial aumenta y se necesita más producción para alimentarla. La investigación cita decenas de trabajos científicos que exhiben la falacia detrás del discurso del agronegocio. Ya existen suficientes alimentos para toda la población, señala, y el problema no es la producción, sino la injusta distribución. “En un mundo lleno de comida, más de la mitad de los habitantes no puede acceder a la comida que necesita. Lo más trágico es que tanto en números duros como en porcentajes, la proporción de personas mal nutridas va en aumento”, alerta.

En relación al ambiente, también existen grandes diferencias entre ambos modelos. El modelo campesino utiliza sólo el 10 por ciento de la energía fósil y menos del 20 por ciento del agua que demanda la totalidad de la producción agrícola, con “prácticamente cero devastación de suelos y bosques”. En tanto, la cadena agroindustrial destruye anualmente 75.000 millones de toneladas de capa de suelo arable y desmonta 7,5 millones de hectáreas de bosque. También es responsable del consumo del 90 por ciento de los combustibles fósiles que se usan en la agricultura.

El modelo agroindustrial es el principal responsable del desperdicio de alimentos. Según el Grupo ETC, de los 4.000 millones de toneladas de alimentos que produce la cadena agroindustrial anualmente, entre 33 y el 50 por ciento se desperdicia a lo largo de las etapas de su procesamiento o transporte y almacenamiento.

Entre los ganadores del modelo están las empresas de insumos agrícolas, que también son grandes promotoras y aliadas de medios de comunicación, universidades y gobiernos. En el mercado de semillas, negocio de 41.000 millones de dólares, sólo tres empresas (Monsanto, DuPont y Syngenta) controlan el 55 por ciento del sector. El modelo agroindustrial es dependiente de los agrotóxicos. Tres compañías (Syngenta, Basf y Bayer) controlan el 51 por ciento de un mercado de 63.000 millones de dólares. “Desde que se introdujeron las semillas transgénicas hace 20 años han ocurrido más de 200 adquisiciones de pequeñas empresas semilleras. Y, si las megafusiones corporativas que actualmente se están negociando prosperan, solamente tres nuevas empresas monopolizarán el 60 por ciento del mercado comercial de semillas y el 71 por ciento del mercado de agrotóxicos”, advierte la investigación.

El estudio asegura que, con las políticas adecuadas, el modelo campesino-agroecológico podría triplicar el empleo en el campo, reducir sustancialmente la presión sobre las ciudades ejercida por la migración, mejorar la calidad nutricional de los alimentos y eliminar el hambre.

Otro modelo para otro futuro

Por Darío Aranda

Los pueblos originarios descubrieron, protegieron, domesticaron, criaron y reprodujeron cada una de las especies comestibles que se utilizan en la actualidad. Hoy, junto con los campesinos entienden “la diversidad cultural como inherente a la agricultura y garante de la estabilidad ambiental”. Por eso, el estudio afirma que el modelo de producción campesino-indígena “asegura más posibilidades para alimentar a la población, a diferencia de la uniformidad que impone la agroindustria”.

La investigación impulsa un modelo basado en la “soberanía alimentaria”, donde los pueblos decidan qué y cómo producir, y no las trasnacionales. Así, el protagonismo pasa por campesinos, indígenas, pequeños productores y alimentos sanos, sin transgénicos ni agrotóxicos. “Apoyar a la red campesina es la única opción realista que tenemos para acabar con el hambre y frenar el cambio climático”, afirma el Grupo ETC.

Fuentes:
Darío Aranda, Un problema de distribución, 18/01/18, Página/12. Consultado 18/01/18.
Darío Aranda, Otro modelo para otro futuro, 18/01/18, Página/12. Consultado 18/01/18.

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